
Los procesos y estructuras para la formalización no se han adecuado a las realidades de los pequeños y medianos mineros, pues tienen altos costos y requisitos complejos.
Además, no existe un reconocimiento normativo de la informalidad, lo cual lleva a la exclusión y criminalización de toda actividad minera que no esté regulada, sea por desinterés o por falta de capacidades.
Conexiones a otras Capas del Oro

Este enfoque se centra en castigar si no se cumple la regulación, en vez incentivar para la formalización. Las acciones de este enfoque son intermitentes y desarticuladas, lo que impide cambios positivos.
Bajo esta estrategia es difícil diferenciar entre minería criminal (atada a la presencia de grupos armados) y los otros tipos de minería no formal, lo que genera estigmatización de la minería informal. La fuerza pública termina percibiendo a los mineros locales como cómplices de los grupos criminales, lo que aumenta el distanciamiento con las instituciones que se encargan de aplicar la regulación, cuando no es consensuada ni se articula con las necesidades de las poblaciones.
En algunas comunidades existe la percepción del Estado como intruso que llega para castigar pero no a ayudar.
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La ineficiencia de mecanismos de control y trazabilidad facilita la comercialización del oro extraído ilegalmente y la intervención de actores criminales.
La permeabilidad de estos mecanismos, sumado a los altos costos de formalización, incentivan la extracción informal o ilegal del oro.
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Grupos criminales aprovechan la dificultad para implementar la normativa y el descontento social, aumentando las tensiones y eventualmente instrumentalizando a las comunidades mineras para la generar rentas criminales.
La dificultad que ha tenido el Estado para regular la práctica minera ha facilitado que los grupos armados tomen control sobre algunos territorios y accedan a la renta de las economías mineras.
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